La vida es Bella.
Título original: La Vita e Bella.
Italia/1997/116´.
Dirigida por Roberto Benigni.
Escrita por Roberto Benigni y Vincenzo Cerami.
Con Roberto Benigni, Nicoletta Braschi, Giorgo Cantarini.
El
tiempo ablanda.
Hace
ya más de una década que vi La vida es
bella, una película que se nos metió a todos en la piel y nos dividió en
dos bandos. Anoche volví a verla y la verdad no sentí la misma animadversión de
la primera vez. Al menos no en la misma intensidad.
Y es
que el asunto con La vida es bella
fue la intensidad. El público y los críticos en general se situaron, desde el
principio, en posiciones extremas. Una mayoría a favor de la obra. Una minoría,
en contra. No abundaron los puntos medios: La
vida es bella dio pie, por un lado, a loas supremas de amor y tres premios
Oscar; por el otro, a intensas diatribas en contra de la película y del propio director,
Roberto Benigni.
De
Benigni hay que reconocer que, desde el punto de vista del guión –no así desde
el punto de vista filmográfico-, lo arriesgó todo. El fuerte de Roberto ha sido
siempre la comedia; digamos, salvando las distancias que impone la
idiosincrasia, que él es una suerte de Cantinflas italiano. El fuerte del tipo
es hacer reír, en eso estamos todos de acuerdo. Pero construir una comedia
romántica en el contexto del holocausto fue, por decir lo menos, temerario.
Para unos ese atrevimiento fue un acto de genialidad, para otros, el
atrevimiento de un maníaco.
En un
artículo del 30 de Octubre de 1998, el reconocido crítico de cine del Chicago
Sun-Times, Roger Ebert, escribió unos cuantos párrafos sobre la película de
Benigni. Entre otras cosas, refiriéndose a la segunda parte que transcurre en
el campo de concentración, señaló: “(…) Guido
construye una elaborada ficción para consolar y proteger a su hijo. Todo es un
juego elaborado (…) La película
suaviza el Holocausto ligeramente para hacer el humor posible. En los campos de
exterminio reales no habría papel de Guido. Sin embargo, "La vida es
bella" no se trata de nazis y fascistas, sino del espíritu humano. Se
trata de rescatar todo lo que es bueno y esperanzador (…). Acerca de esperanza
para el futuro. (…)” (traducción mía). Tomo estas líneas en particular
–recomiendo a todo evento leer el artículo completo-, porque estos fueron, de
todos, los argumentos con los cuales no estoy de acuerdo. Aclaro que coincido
con varios señalamientos que hace el Sr. Ebert en su escrito. Los que recién
transcribo son los que desde hace más de diez años me situaron en el lado
contrario del espectro.
Arranco
diciendo que el título de la película me parece bastante infeliz. Esto se debe
principalmente a una convicción personal: a mí la vida no me parece bella per se. Creo con firmeza que podemos
verla o interpretarla como tal, pero en realidad la vida no se caracteriza por
alentar la esperanza por sí misma. La esperanza es un ejercicio, contumaz en la
mayoría de los casos, un acto de fe que se ejerce o no. En las mejores
circunstancias la vida no es de ninguna manera y cualquier adjetivo es un
despropósito. Pensar lo contrario, aceptar el título sin reservas, proclamar la
belleza de la vida como sustento de la obra cinematográfica, además de ser una
contradicción con el propio argumento, justifica el uso de la negación, la mentira y la
manipulación, para disfrazar cualquier asomo de crudeza.
Por
otro lado, no creo que sea posible “suavizar” el holocausto. ¿Cómo se suaviza
el asesinato de seis millones de personas? ¿Es acaso “posible” ejercer el humor
dentro del contexto amurallado de un campo de concentración? En la película, salvo las “cantinfladas” del
Sr. Benigni en la primera parte, no veo nada gracioso. Es más probable que la
visión correcta en La vida es bella
la encontremos en los ojos de Dora, no en los de Guido. Dora ve las cosas tal y
como son pero no le queda más remedio que resignarse a seguirle el juego al
mecanismo de defensa de su marido, quizás por miedo, quizás por pasividad,
quizás porque no tiene uno propio. Está claro que Dora no cree en la belleza de
la vida. Las veces que lo intenta, algo le termina saliendo mal. Su salvavidas
es un hombre que la arrastra en un torrente de optimismo tan ridículo y
desproporcionado como el peor de los pesimismos. El paso de Dora no es bello
sino débil y secundario: el único gesto de valor que tiene en toda la película
es el de decidir montarse en el tren. Y no hay nada de feliz en ese sacrificio.
Ni esperanzador.
A pesar de que Ebert habla de que la película
rescata lo bueno y esperanzador, La vida
es bella es una película agresiva. Así como una bruma no deja ver con
claridad la montaña de cadáveres masacrados por los nazis, de igual manera
agresivo-pasiva Guido le esconde lo que está pasando a su hijo Joshua –no debe
ser casual que el nombre del niño signifique Jesús, hijo de Dios que fue
sacrificado en la cruz por los pecadores; ¿simboliza el niño el Guido adulto y
redentor?-. Guido le inventa un juego a Joshua y allí donde algunos ven un acto
de amor, yo veo un acto de negación cruel, un acto de manipulación basado en el
miedo y la mentira. El deber de Guido como padre no era esconder la verdad,
sino enseñar a su hijo a lidiar con ella de la mejor manera. Este acto de
violencia oculta es lo que más desapruebo. Guido no protege a su hijo, lo
sobreprotege, lo convierte en el creyente de una simulación.
Pero todo no es artillería pesada. Coincido con
Ebert en que la película tiene dos partes bien diferenciadas –¿una tendencia
Kubrikiana?- y que la primera funciona muy bien. También coincido en que el
personaje de Guido no existiría en un campo de concentración –yo añadiría que
es muy forzada su existencia- y concuerdo en que el registro cómico de Benigni
es muy efectivo y que es inevitable que te saque unas cuantas sonrisas. A esto
agrego que en la película predomina un aire enrarecido, perfumado a la fuerza
con ciertos elementos Kisch, cursis, Coelhianos, como si Corín Tellado se
hubiera puesto a escribir una historia de Palahniuk. También acuerdo que la
película no se trata del holocausto. Y esa es otra de sus fallas principales:
se banaliza la tragedia. Sólo el terror fantástico ha podido, desde el universo
de la ficción sobrenatural, frivolizar el tema sin cierto escándalo.
Quisiera defender a la película destacando
algún aspecto técnico. Pero la verdad es que es conservadora, mediana en todas
las áreas. Se nota, exceptuando la actuación del propio Benigni, que lo
importante aquí era el guión. La puesta en escena se acerca mucho al teatro, lo
cual no causa molestia. A pesar de que hay ciertas inconsistencias de distancia
en las tomas de las segundas y terceras cámaras, sobre todo en los diálogos, la
edición permite que fluyan sin mucha incomodidad. Destaca una transición
ingeniosa y delicada que nos remite al paso del tiempo, un juego de cámara y
edición sencillo pero útil, usando la imagen de un invernadero. De resto todo
el peso recae en las actuaciones, como pasaba con Cantinflas, Tin Tan o
Capulina.
Después de nombrar a estos grandes de la
comedia, caigo en cuenta que me es imposible imaginar a Cantinflas haciendo una
película sobre el holocausto. Ni a Chaplin algo distinto a mofarse y condenar
al nazismo.
El
tiempo ablanda, pero no tanto.
Muy buen artículo! Igual tiene un buen rato que la vida y ya hay mucho que he olvidado, sobre todo porque estaba peque y todavía no entendía muchas cosas sobre el Holocausto. Sería bueno verla de nuevo, ya con 19 años! jaja ;D
ResponderEliminarSaludos
Saludos Eloísa. Gracias por tus apreciaciones. Abrazo.
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