El cineclubismo, o cine de barrio como fue conocido en las décadas de los 60 y los 70, fue una práctica gregaria, ardua, comprometida y, en líneas generales, apartada de todo tipo de financiamiento de instituciones culturales del país. Una lucha cultural de tintes claramente sociales, que planteaba en su tesis más fundamental la proyección y discusión de cine en universidades, barriadas de la ciudad y en los poblados más apartados del interior, para contribuir e incidir directamente en su despertar sociopolítico.
Inspiradores y casi románticos, vistos en la perspectiva que brinda el paso del tiempo, lucen aquellos pasos pioneros realizados por diferentes grupos cinematográficos, pasos que eran perseguidos –e incluso torturados- por la policía y los guardias nacionales de aquellos años –hay que recordar que durante casi toda década de los 60 el gobierno (Betancourt y Leoni) y algunas fracciones de izquierda guerrillera estaban en franco conflicto armado-.
Así, en medio de la clandestinidad, se dan muchas de estas proyecciones, las cuales permitieron que un buen número de espectadores pudieran observar películas “malditas” –por el alto voltaje ideológico y político del material- como “Me gustan los estudiantes” de Mario Handler, “La hora de los hornos” de Fernando Pino Solanas, “79 primaveras”, “Hanoi”, “Now”, obras de Santiago Álvarez, “Tire 10” de Fernando Birri, “Chircales” de Maria Rodríguez, “Ukamau” de Jorge Sanjinés y un gran etc. de cintas. Películas y documentales que además de ser proyectados, eran también ampliamente discutidos por los cineclubistas y los espectadores presentes en cine foros, utilizando de este modo “El cine como un arma para crear conciencia” –ésta en efecto, nos contó Pedro Laya, es una frase acuñada en aquellos años por el grupo Cine Urgente-.
Muchas personas de las que hablamos venían de una izquierda derrotada políticamente –algunos incluso de las filas de la lucha armada-; fueron ellos los que poco a poco transformaron al cine en su bastión de resistencia ideológica, lo que determinó de muchos modos la efervescencia cinematográfica de aquellos años, que fue la responsable de impulsar la creación de algunas de las revistas de crítica cinematográfica más importantes escritas en el país hasta el momento, como lo son Cine al día y Cine ojo. Generó los primeros esbozos de la ley de Cine, e impulsó los primeros pasos para la creación de la -hoy desprestigiada- Asociación Nacional de Autores Cinematográficos (ANAC). Y, finalmente, fue la responsable de realizar buena parte del cine de ficción realizado en la década de los 70 y comienzo de los 80, un cine particularmente comprometido con nuestra identidad social, moral y nacional.
Hay que decir que el cineclubismo realizado en aquellos años jugó un papel preponderante para que -no pocos- improvisados y aventurados cineastas generaran material audiovisual propio, en la mayoría de los casos con el fin principal de reflejar en sus temáticas las problemáticas más cercanas de su entorno, del país, incluso las de Latinoamérica y del mundo. De este modo fueron hechas y proyectadas en universidades, barrios y zonas rurales, películas y documentales venezolanos como “Pozo muerto” de Carlos Rebolledo o “La ciudad que nos ve” de Jesús Enrique Guédez, “Los barrios y las fábricas” de Jacobo Borges –documental que hoy sólo queda en el recuerdo de aquellos que lo vieron-, “Maria de la Cruz una mujer venezolana” de Josefina Jordán y Franca Donda, documentales –entre muchos otros- que sin duda alguna fueron pioneros en sembrar conciencia de clases en nuestro país, o como “Yo hablo a Caracas” de Carlos Azpurúa, que fomentó la discusión acerca de la protección de los derechos sociales, morales y territoriales de los indígenas venezolanos –algo que según su propio autor hizo resonancia al momento de la creación de la constitución de 1999-, o como el reportaje documental “La película del barrio” del Cineclub Manicomio, que es de muchos modos la semilla de la televisora Catia TV y que, a su vez, sirvió como semilla de VIVE.
Un movimiento que poco a poco se fue extendiendo por toda Venezuela y que impulsó la creación -en el inicio de la década de los 70- de la FEVEC, la Federación Venezolana de Cineclubismo, pero que a pesar de su repercusión e importancia, terminó por desaparecer casi completamente a mediados de los 90.
Pero, ¿a dónde voy con todo este recuento histórico, sin duda nostálgico?... Hace un par de meses fui fichado por la Cinemateca Nacional para hacer un reportaje documental sobre el trabajo que se lleva a cabo con el programa de cinematecas regionales o salas comunitarias, un programa que se encarga de crear y programar salas regionales y comunitarias en barrios y poblaciones rurales a nivel nacional. El hecho es que hace algunos días volvimos (Mariangela Venutolo -producción-, Jesús Vargas -cámara- y Víctor Hugo Zambrano –asistente técnico de las salas de la Cinemateca y conductor-) de ese viaje de 10 días de intenso trabajo que nos brindó la gran oportunidad de recorrer la mitad del país en la búsqueda de las diferentes anécdotas y vivencias, de los encargados de las salas y de los espectadores, del impacto social que ha significado la llegada del cine -ya que algunas poblaciones y comunidades nunca había habido alguno- así como el regreso del cine a donde este tipo de arte tenía muchos años desaparecido.
Creo que no exagero al decir que para todos en el equipo fue una experiencia muy gratificante, no sólo por recorrer en carretera un país tan exótico y variopinto como el nuestro, sino en especial por poder corroborar que el cine y el audiovisual siguen siendo lenguajes universales, capaces de acoger en su seno al grupo más variado de seres humanos de todas las edades, lenguajes que representan en sí mismos una importante e infinita fuente tanto de ideologización, como de entretenimiento.
Como es fácil de imaginar –sobre todo para aquellos que hayan sido cineclubistas alguna vez- los niños son los espectadores más comprometidos e interesados en participar en todas las actividades organizadas por las salas comunitarias. Muchos de ellos estaban asombrados de ver una pantalla tan grande, y además felices de poder compartir con otros niños de su edad la experiencia de ver una película juntos. Un hecho significativo que –a pesar de ser algo trillado- logró tocarme la fibra sensible.
Los adolescentes, un público más complejo, más difícil de captar -sin duda alguna-; son llevados en muchas ocasiones de la mano de sus colegios e instituciones escolares –en programas creados como parte de su formación académica-, y así pueden apreciar documentales de temáticas como la preservación del ambiente, el sida, el embarazo precoz y también de temáticas más políticas –que quizás podrían resultar “ideologizantes” para los más puristas- como la del movimiento guerrillero venezolano, latinoamericano, etc. –películas y documentales que eran en todos los casos acompañados por cine foros y discusiones informativas.
Para la gente entre 20 y 60 años el material audiovisual más frecuente es el cine de ficción venezolano, así como cine internacional, africano, afgano, francés, italiano, ruso, etc.-. También este tipo de público apreciaba con particular interés los documentales de corte histórico, sobre todo aquellos ligados con su geografía social o urbana. Un fenómeno bastante llamativo y digno de atención, que explicita la necesidad que sienten muchos espectadores venezolanos de reconocerse, de identificarse en la historia narrada, incluso de ver en pantalla a su propia comunidad y a sus familiares más cercanos, abuelos, tíos, padres, en algunos casos ya fallecidos. Documentales que en algunas poblaciones habían sido realizados por los mismos encargados de la sala comunitaria.
Además de lo anterior, creo que una de las cosas más relevantes fue descubrir como poco a poco los encargados de la sala, estaban cada vez más despiertos ante el tipo de material audiovisual -discursivo, narrativo, temático- al que mejor respondía su comunidad. Algo que espero -a modo muy personal- se transforme pronto en reclamo de la autonomía de su programación, ya que a mi parecer, las “necesidades cinematográficas y audiovisuales” de un agricultor en el valle de los Andes, no son las mismas de un pescador que vive a la orilla del lago de Maracaibo, o a las de un criador de chivos de la Península de Paraguaná.
Desde que regresamos del viaje –y luego de incluir en el reportaje documental algunas entrevistas a cineclubistas de aquellos años- no he dejado de pensar en las múltiples similitudes que existen entre el cineclubismo y este programa de salas comunitarias que implementa hoy la Cinemateca Nacional; iniciativa que de corazón, considero realmente importante para el desarrollo de nuestro pueblo, incluso verdaderamente “revolucionaria” en el mejor sentido de este término hoy tan manido –y muchas veces tan poco comprendido- en la mente de muchos de los que vivimos en este largo y ancho país que es Venezuela. Esto lo digo básicamente porque he visto con mis propios ojos las proyecciones en diferentes barrios y comunidades, en las cuales se le ofrece periódicamente a todos los interesados una muy buena dosis de cultura cinematográfica y audiovisual, algo que termina por otorgarles luces acerca de lo que somos como sociedad y como país, así como herramientas básicas para prevenir problemáticas sociales y también –muy importante- una fuente casi infinita de buen entretenimiento, más edificante, más interesante y menos alienante al que el espectador promedio está acostumbrado a recibir y observar a través de la televisión y de la piratería contemporánea.
Algo que me llena de esperanza para con el futuro de nuestra televisión y del cine venezolano. Ya que de muchos modos lo que acabo de describirles podría significar el albor de una nueva época de discusión audiovisual y cinematográfica en el seno de nuestros barrios y comunidades rurales, es decir, el nacimiento de un público más agudo, más crítico de frente al discurso implícito en toda producción televisiva o cinematográfica, y que -con algo de suerte- también podría servir para impulsar el nacimiento de nuevas generaciones de videastas y cineastas.
Epale, Sergio,
ResponderEliminarJustamente había querido comentar por estos espacios, la iniciativa que desde el año pasado estamos llevando a cabo en la Escuela de Comunicación Social de la UCV. Como una especie de reclamo y respuesta al empapelado de propaganda política que invade nuestra fachada cada vez que hay elecciones de Centros de Estudiantes, Decanos o Rectores. Ahí no hay patrimonio de la UNESCO que valga y un grupo de estudiantes decidimos hacer lo propio y tomar todos los lunes la fachada, desplegar un banner considerablemente grande, y hacer allí proyecciones de películas. Comenzamos con Cinema Paradiso, que nos sirvió de inspiración con aquella escena donde Alfredo le muestra a Toto cómo puede complacer también a los espectadores que se habían quedado sin entradas, reflejando la película para proyectarse en la plaza. Luego han venido muchas, 21 Gramos para homenajear a Eugenio Montejo a días de su muerte, Paradise Now (junto con Now de Santiago Álvarez) para presentar otra visión del conflicto durante los ataques en la franja de Gaza, cortos, videoclips, etc...
Esta noche, como todos los lunes, a las 7pm vamos con "Pégale Candela", donde me enteré luego de un par de años de haberlo visto en el Festival del Cine Venezolano en Mérida, que fuiste el editor. Inivtado estás, como el resto de los lectores, a esta experiencia que es más guerrilla que un cine club aunque no tenga espacios para cine-foro "por ahora" y cuando tengamos un blog en la web dejo por aquí la dirección para que estén pendientes. El mail del colectivo, quienes montamos todo el asunto es TheWannabistaSocialCrew@gmail.com
Muy edificante tu artículo. Sin duda abriga muchas esperanzas.
ResponderEliminarSaludos, A.
Hey José.
ResponderEliminarYo fui Cineclubista mucho tiempo en la central también. En el Cineclub de Humanidades. Hoy en día una materia de la escuela de Artes en el mismo horario que teníamos nosotros las funciones. Los miércoles al mediodía.
De verdad es una muy buena labor!
Avísanos de las funciones.
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Andrea un abrazo.
Buenas tardes, les escribimos para hacer de su conocimiento que este Lunes 20 de abril, a las 7:00pm en los predios de la Escuela de Comunicación Social de la UCV -al frente de las canchas de tenis y de la piscina- se proyectará el corto "FANtasmo" de J.R. García y el filme documental "El camino de las hormigas" de Rafael Marziano. Programación que corresponde al ciclo "DocuCiclo:AhoraAquí" del proyecto y evento estudiantil "¡Contra La Pared!: Proyecta primero y pregunta después".
ResponderEliminarThe wannabista... ¿Qué posibilidades hay de conseguir una copia?
ResponderEliminarWannabista, si ya tiene fechas de presentaciones, envíalas a mi email para crear un post.
ResponderEliminarSaludos.
Wannabista, si ya tiene fechas de presentaciones, envíalas a mi email para crear un post.
ResponderEliminarSaludos.
Atmósfera, impresionante que lo que es hoy en día "Cine en Humanidades" hubiese comenzado como un cineclub, ese sería nuestro estado futuro ideal para quienes hacemos Contra La Pared, establecer un espacio de discusión que sea duradero.
ResponderEliminarDe momento tenemos, como publicaron desde The Wannabista Social Crew, las dos funciones que quedan del DocuCiclo:AhoraAquí, hoy con FANtasmo y El Camino de las Hormigas; y el lunes que viene María Lionza, Aliento de Orquídeas, de John Petrizzelli, como siempre a las 7pm.
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Vicente, cuando tengamos la programación del resto del semestre te pasamos la información para así sacar el máximo provecho.
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Andrea, lo de la copia si tendrías que pedírsela a Jonás directamente, o a la gente de su colectivo, puedes escribirles a elzocodelpiroco@gmail.com. Nosotros solemos cuidar el material que se nos entrega con recelo, sobretodo cuando es cine nacional y reciente, a menos que nos autorizen a lo contrario, como cuando Petrizzelli lo hizo con Carrao, para que llegara al máximo de interesados.
A mi m gustaria tener una experiencia cine club en mi comunidad de pie de cerro soy la mama del camarada me presto el telefono mi numero 04167431165 quisiera articular para espacio vital para impartir conocimiento
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