miércoles, 18 de febrero de 2009

VÁMONOS CON PANCHO VILLA. Por Andrea C. López L.

En días pasados, tuve la oportunidad de ver “Vámonos con Pancho Villa”, una película de Fernando de Fuentes (1936), financiada por el gobierno priísta de Lázaro Cárdenas.
La película, enmarcada si se quiere en el género de las películas de guerra, contextualiza su acción en 1914. Vale la pena recordar que México tuvo la primera revolución del siglo XX (1910), cuando el intelectual Franciso I. Madero, encabezó una rebelión contra Porfirio Díaz, dictador con más de treinta años en el poder.
Bajo el lema “sufragio efectivo, no reelección” (era típico en los dictadores organizar elecciones plebiscitarias); Madero consiguió el triunfo en las urnas en 1911. Tras desacuerdos, asesinato de Madero e intervenciones de los Estados Unidos, se desató la rebelión de Emiliano Zapata y Pancho Villa. La Revolución mexicana coincidió con la llegada al cine a México y el líder de la División del Norte llegó a firmar contrato con los estudios gringos para que filmaran sus batallas. Se dice incluso que, como aún no se podía filmar de noche, el líder organizaba sus batallas de día.
Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se consolidó el Partido Revolucionario Institucional (PRI), se hizo efectiva la reforma agraria, se estimuló la actividad cooperativa, se nacionalizó el petróleo y se produjo la película que inspira estas líneas.
Después de una introducción referencial al contexto, a saber la ofensiva norteña de Villa, se presenta a sus personajes: Miguel, campesino que corta leña y guarda su escopeta. Una imagen de Pancho Villa aparece dibujado en la vivienda de otro campesino: el protagonista Tiburcio Maya, quien enseña a su hijo a disparar. Tiburcio explica a su mujer los objetivos de la Revolución y asume que quiere entrar en sus filas. Los hermanos Perea, el gordo Botello y el fabricante de bombas Martín Espinosa se suman a la tropa.
En el segundo acto, ocurre el encuentro de estos personajes con el líder Pancho Villa. El revolucionario se presenta repartiendo maíz y prometiendo tierras. Ubicado en una tarima, su imagen es deidificada por el contrapicado. Villa baja del pedestal a reunirse con la tropa. Pregunta si saben leer, si se han juntado e inmediatamente acuña sobre nombres. Sus palabras son contundentes: “Hoy reparto maíz, pero mañana les daré tierras”.
En el tercer acto, Miguel “Becerrillo”, Tiburcio Maya, los hermanos Perea, Botello y Martin conviven alrededor de una fogata y conversan sobre su futuro. Tiburcio manifiesta querer desertar, volver junto a su familia. Uno de los Perea dice querer morir como hombre en el campo de batalla, Martín desea morir como un héroe, rodeado de gente y honores, el gordo Botello dice querer pasar a mejor vida como un valiente.
Tras varias batallas y victorias, muere uno de los Perea. La segunda muerte, la de Martín, cumple su presagio, se inmola al tirar una bomba y aunque no recibe honores, su causa ha sido heroica.
Más tarde, los sobrevivientes Tiburcio, uno de los Perea y Botello son atacados con un cañonazo por su propia gente, y aquí los personajes empiezan a darse cuenta de que la guerra nunca es como la pintan y que no todas las muertes son gloriosas. A las muertes heroicas suceden entonces las muertes trágicas.
En una taberna, los militantes reciben condecoraciones y juegan a la ruleta. En el juego queda herido Botello, quien toma el arma y se suicida obedeciendo a su deseo de morir como un valiente, aunque su muerte, si se quiere, es absolutamente estúpida.
Posteriormente, Becerrillo contrae viruela. Villa ordena que lo maten, incluso que lo quemen vivo pues la tropa, brazo importante de la revolución, corre el riesgo de infectarse. El militante padece un grave conflicto: tomar la elección de matar a quien ha sido como su padre en pro de la insurrección. Después de besarlo, Tiburcio consuma el homicido, entra en crisis y Villa no le permite acompañarlos a la División del Norte pues un hombre (posiblemente infectado) no puede poner en riesgo a una tropa y por ende a la revolución. Tiburcio no muere -su final queda abierto- pero se marcha solo.
La película avanza progresivamente desde la muerte heroica a la muerte trágica, mostrándonos una faz dramática, humana, de lo que significó la revolución y la guerra. Desde luego, esta reflexión se hace desde la clase media, la más afectada en estos casos. La novela fue escrita por Rafael F. Muñoz y dirigida por Fernando de Fuentes.
La peli dejó un sabor amargo en los espectadores pues no es nada complaciente. Es decir, lejos de hacer de Pancho Villa un ídolo, como en la reciente película de Soderberg sobre el Ché; el líder se nos presenta en su faceta humana: Cuando se lucha por una causa tan grande como la revolución, no se puede arriesgar la salud de un brazo armado con sentimentalismos.
Ese mismo año, Fernando de Fuentes, decidido a hacer industria, estrenó “Allá en el Rancho Grande” una peli de géneros donde la Revolución es inexistente, donde los conflictos de amor suplantan a los de clase. Por supuesto, “Allá en el Rancho Grande” triplicó la taquilla de “Vámonos con Pancho Villa” y se convirtió en el modelo de fórmulas de la naciente Época de Oro del cine mexicano.


2 comentarios:

  1. Muy bueno tu escrito. Me encanta la iconografía mexicana, es impresionante. Que envidia (sana) que estés en méxico!

    Un saludo,

    J

    PD: Lo del primo de Alba Roversi es una jodedera viejísima que nos traemos los primos porque en los colegios y eso, como era la época en que Alba era muy famosa, nadie nos llamaba por nuestros nombres, sino simplemente "El primo de Alba Roversi"...

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