jueves, 29 de marzo de 2012

"El Manzano Azul" O Cómo acabar con la mata de durazno.


Por: Daniel Dannery.

Olegario Barrera vuelve al ruedo tras la bochornosa “Una Abuela Virgen” (2007) adaptación cinematográfica del texto teatral “Rock para una Abuela Virgen” de Rodolfo Santana; tampoco nada fuera de lo normal dentro de la dramaturgia criolla.
Esta vez Barrera opta por concebir un guión original con aire a película de Hallmark que funciona por momentos y en otros no tanto.
A Barrera se le sale su experticia en televisión y esto se convierte en una debilidad para el lenguaje que terminó explorando en su última obra para cine.
“El Manzano Azul” forma parte de este género familiar que hemos ido viendo a lo largo de los pasados meses en nuestra producción nacional con películas como: “Una Mirada al Mar” (Andrea Ríos, 2011) y “Patas Arriba” (Alejandro García Wiedemann, 2011). Me tomo el atrevimiento de ubicarla en el centro de la antes mencionadas, para darle una media de valor, pues vamos, que no todo es malo.

miércoles, 28 de marzo de 2012

El espíritu de Clemente de La Cerda palpita Venezuela adentro

Por:  Andrea López

A finales del 2010 publiqué una reseña acerca del tráiler de una película que encontré en Internet y que me sorprendió mucho por su riesgo temático, factura y origen.  Se trataba de la película “Al otro lado”, un filme independiente de terror desarrollado y producido en Anaco, estado Anzoátegui.

Hoy, a poco menos de dos años de ese evento, confirmo que la riqueza de Anaco no estriba en su suelo petrolero, sino en la muy crecida capacidad creativa de un grupo de jóvenes cineastas que, bajo la conducción y voluntad del cineasta Luis Cerasa, han ido formándose en distintas áreas del quehacer audiovisual logrando numerosos resultados. Entre éstos, el merecido Festival de Cortometrajes Clemente de La Cerda , espacio que además de revivir el emprendedor espíritu de uno de los cineastas más importantes del país; ha logrado difundir, exhibir y estimular a través de diversos premios, las urgidas miradas de jóvenes procedentes de numerosas localidades del interior venezolano.  En este importante festival, la aspiración de quebrar la limitada mirada caraqueña como identidad hegemónica del país, ha sido posible a través de 64 cortometrajes procedentes de Barcelona, Punta de Mata, La Guaira, Valle de La Pascua, Calabozo, Pampatar, Chivacoa, entre muchos otros lugares.

En lo particular, además de los discursos de estos jóvenes, se me hace sumamente atractivo el hecho de que muchos de estos trabajos sean documentales.  Así que, antes de adentrarnos en la fascinante experiencia del Festival Clemente de La Cerda y todo lo que éste implica, quiero agradecer a Luis el haberme incluido en tan hermoso evento, al exhibir mi documental sobre el importante realizador venezolano y, a la vez, pedir por anticipado un deseo:  Que a futuro pueda salir un tiraje de DVDs con los cortos participantes en cada edición. 

 Sin más a que hacer referencia, dejo a ustedes una entrevista con Luis Cerasa, organizador del festival y propulsor de la emocionante experiencia de formación y desarrollo del audiovisual regional.

lunes, 5 de marzo de 2012

La tecnología no hace a The Artist

Por Pablo Gamba

Rodar una película como en la época final del cine mudo, en tiempos de transición del soporte fílmico al digital y auge del cine en 3D, gracias a la introducción de una nueva tecnología, no es solamente expresión de nostalgia y de deseo de evadir la crisis económica actual sino también una manera de plantear preguntas sobre la relación del arte con la técnica.

En The Artist pareciera que lo primero está subordinado a lo segundo. Al comienzo de la cinta ganadora del Oscar a la mejor película este año unos malvados soviéticos torturan en A Russian Affair al personaje de George Valentin, el protagonista de The Artist encarnado por Jean Dujardin. “¡Habla!”, le gritan irónicamente en los intertítulos, y el personaje de la película muda en el filme sin sonido resiste y se niega. Sí habla, en cambio, el actor detrás de la pantalla, a pesar del cartel que lo prohíbe. Pero la técnica impide que pueda molestar al público, así como también hace inaudibles los aplausos y sus palabras de agradecimiento. Hay en todo eso un juego con las limitaciones expresivas de esa tecnología del pasado.

La vanidad, además, impide al actor darse cuenta de que la base de su estrellato es la adecuación a las exigencias de las máquinas de hacer cine. En la cúspide de la fama trágicamente ignora que todo va a cambiar con la llegada del sonido. Las limitaciones de su talento para la actuación en las películas parlantes lo equiparan con su perro. “Sólo le faltaría hablar”, “dice” una señora en los intertítulos, refiriéndose a la mascota. Es la misma carencia que sufre Valentin cuando la forma de actuar que le dio fama pierde su vigencia, y un detalle que revela que su talento era en el fondo análogo a los trucos sin palabras del animal.

Peppy Miller, la joven que asciende en Hollywood a medida que Valentin se hunde y se encoge, es en cambio desde que aparece en el filme una actriz hecha para hablar en las películas que están por venir. Es fresca, inteligente y desenvuelta, como será característico de los personajes femeninos de la screwball comedy de los años treinta. El gesto emblemático de su personalidad en la pantalla es un silbido con el que también parece llamar al sonido.