sábado, 19 de noviembre de 2011

Tropa de Elite 2: Una guerra sin fin

Por Pablo Gamba


Tropa de Elite 2: O Inimigo Agora É Outro de José Padilha (Brasil, 2010) ha sido vista como una rectificación de la película anterior, Tropa de Elite (2007), cuyo Oso de Oro en el Festival de Berlín no la salvó de que los críticos de Sight and Sound, por ejemplo, la calificaran de militarista, brutal y terriblemente comercial. “El nuevo filme parece un esfuerzo consciente de refutar las acusaciones de que su antecesor era fascista en su idea de que hay que imponer la ley y el orden con puño de hierro para lidiar con las favelas de Río de Janeiro, infestadas de narcotraficantes”, escribió Stephen Holden en el New York Times. De allí el otro enemigo del título: la crítica parece dirigida principalmente contra la policía.

Quienes opinan de esa manera quizás no hayan percibido la ironía de la primera película en su calco de Buenos muchachos de Martin Scorsese (Goodfellas, 1990). “La policía es una mafia”, concluye el oportunista defensor de los derechos humanos Diogo Fraga (Irandhir Santos) en la secuela, pero eso estaba implícito en el narrador de Tropa de Elite, el capitán Roberto Nascimento (Wagner Moura), un hombre que debe ir al psiquiatra como consecuencia de la locura que es su trabajo en la Brigada de Operaciones Especiales (BOPE). Y si el centro de las críticas era allí la representación de la lucha entre la policía y los delincuentes como una guerra, una secuencia que se desarrolla en un aula universitaria precisa que se trata de la concepción del poder que hay en la obra de Michel Foucault. Desde esa perspectiva de pensamiento la defensa de los derechos humanos está necesariamente inscrita en la dinámica de las relaciones de fuerza; es imposible considerarla como ajena al conflicto.