
El diploma de educación media que consiguió Truman Capote a principios de los años cuarenta fue todo lo que hizo falta para producir uno de los escritores mas excepcionales de nuestro tiempo. Y nótese que antes de conseguirlo ya había escrito unos cuentos sensacionales. Vivió de su trabajo en el mundo de la literatura desde los diecisiete años.
Primo Levy, que estremeció al mundo con “Si Esto es un Hombre”, uno de los libros indispensables de la segunda post guerra, era químico industrial, y muy bueno además. Trabajó toda la vida, hasta el retiro a finales de los años setenta, en SIVA, un enorme consorcio químico de Turín.
Julio Garmendia, el brillante escritor venezolano que ha sido citado como precursor del “Realismo Mágico” y que produjo obras tan notables como “La Tienda de Muñecos”, no terminó ninguna carrera. Lo que sí hizo fue escribir, desde que era niño.
José Ignacio Cabrujas fue otro temprano desertor de las aulas. Quiso ser abogado. Terminó escribiendo, sin ser fiel a ningún género o temática particular. Escribió como y sobre lo que le dio la gana. Ya no queda ninguno como él en Venezuela y, particularmente en este momento, se le echa de menos.
Francisco Herrera Luque, a diferencia de Honoré de Balzac, si consiguió culminar sus estudios de derecho. Fue un buen abogado y también diplomático (ignoro si bueno) y uno de los pocos escritores venezolanos que pudo llegar a vivir (y muy bien, además) de sus libros. No dependía del sistema de subsidios o incentivos estatales a la cultura, así que escribía lo que le daba la gana y lo hacía estupendamente bien.
Un caso aparte es el de Ernest Hemingway, quien ni siquiera se molestó en intentar estudiar una carrera universitaria. Apenas acabar el colegio (en el que tampoco destacó) hizo lo que Capote: ponerse a escribir para ganarse la vida.
Gabriel García Márquez hizo hasta lo imposible para terminar la carrera de derecho, no porque le gustase, sino para no disgustar a su padre. Finalmente cedió a su vocación de escritor y se dedicó al periodismo, abandonando para siempre la carrera de leyes.
Ernesto “Ché” Guevara era médico y escribió un influyente libro, manual obligado de los movimientos revolucionarios armados contemporáneos:“La Guerra de Guerrillas”.
Algunos de estos escritores fueron también guionistas para el cine, con diversa suerte. ¿Basta ser un notable escritor para ser un buen guionista? Esto lo podrían bien responder F. Scott Fitzgerald o Truman Capote.
Y así podríamos seguir y seguir y seguir, sin llegar a nada. Podríamos también escribir una larga lista de célebres que si han hecho carreras o especialidades mas cercanas al oficio de escritor. Eso tampoco probaría absolutamente nada.
Cabe preguntarse: ¿Y que ha pasado históricamente en el caso de la mujer? ¿Por qué había mujeres escritoras en un siglo en que no se les reconocía ni siquiera posesión del alma? ¿Cómo hizo la mujer de hace cuatro siglos para escribir desde una posición social desventajosa? ¿Quién la enseñó a escribir si no podía ir a la universidad?
Pues nadie. Ella solita se enseñó, leyendo y escribiendo. Como se sigue haciendo hoy, guardando las distancias de tiempo y circunstancias, naturalmente.
Yo si creo en el “Daemon”. Claro que debemos formarnos, no es que no. Pero hace falta un “algo” que no se consigue sino dentro de nosotros mismos. Quiero decir, eso hace falta no para escribir correctamente, sino para que te lean, que es otra cosa.
Un grupo de viejas y agudas amigas tenía una especie de juego hace años. Al comentar sus experiencias amorosas, usaban una tabla de puntuaciones para evaluar a sus compañeros sentimentales en dos planos: técnico y emocional. Los que reprobaban en el campo emocional llevaban las de perder, aunque su técnica fuera brillante.
¿Pasará igual con los escritores?