miércoles, 14 de octubre de 2009

Miradas sobre el documental venezolano. Por Luis Britto Garcia

Hace unos días un amigo me envió un artículo escrito por el narrador, ensayista y dramaturgo venezolano Luis Britto Garcia, en el que el autor reflexiona sobre el documental en nuestro país. Me permito transcribirlo textualmente para aquellos que pueden conseguirlo interesante.

En todo caso la nota está montada en el blog de Britto, y pueden acceder a ella si presionan AQUÍ.

Espero sus comentarios.

1
No hay cine que encuentre más dificultades para su realización y exhibición que el documental. Y sin embargo, el cine venezolano nace con dos documentales, “Muchachos bañándose en la laguna de Maracaibo” y “Célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa”. Manuel y Guillermo Trujillo Durán los realizan con el vitascopio de Edison y los exhiben en el teatro Baralt de Maracaibo el 23 de enero de 1897, apenas trece meses después de la proyección de sus primeras obras por los hermanos Lumiére.


2
El documento es ante todo un instrumento de poder. Muchos años después, en 1811, Félix Galavis, inspector del ejército, contrata al estadounidense Henry Zimmermann para filmar los actos oficiales. Junto con las fotografías de “Torito” Martínez, las “revistas” de Zimmermann dejan un testimonio unilateral que asimila realidad con oficialismo, dictadura con venezolanidad, y que servirá de fuente para Juan Vicente Gómez y su época (1975) de Manuel de Pedro.

3
Las duras condiciones del país que los noticieros omiten pueden acceder a la pantalla transfigurados en estética. Es la propuesta de Margot Benacerraf con Reverón (1952), sobre el áspero mundo personal del pintor ermitaño, y con Araya (1958), una obra maestra de fotografía y ritmos visuales deslumbrantes sobre los trabajadores de las salinas, que mereció en 1955 la Palma de Oro del Festival de Cannes.

4
La naturaleza de los llanos, casi despoblada y aparentemente exenta de conflictos sociales, puede maravillar con su flora y su fauna al público citadino. Es la propuesta de Séptimo paralelo (1962), largometraje de Elia Marcelli que despliega un colorido registro ecológico de las llanuras, y condesciende a ocuparse de lo social sólo para presentar de manera política y documentalmente incorrecta una matanza de indígenas, actuada y tratada, no como abominable genocidio, sino como divertimento western.

5
A pesar de su cierre infeliz, Séptimo paralelo es precursora remota de testimonios muy posteriores sobre los habitantes de los llanos, región que se confunde con la mitología nacional. Luis Armando Roche acompaña en El indio Figueredo (1972) la poética del espontáneo arpista y trovador de la llanura. Joaquín Cortés en El domador (1978) nos ofrece un trabajo limpio, apasionante, dinámico, que no requiere ni una palabra de narración, sobre la austera vida de un domador de caballos. A pesar del esplendoroso paisaje y la magnífica fotografía de ambos documentos, los personajes, el uno cantante y el otro silencioso, son ya los verdaderos protagonistas.

6
En 1958 el pueblo derriba la dictadura militar y la sustituye por una socialdemocracia que ante la protesta popular pronto se vuelve represiva, generando una lucha armada que dura más de una década. Con ella insurge un nuevo documental comprometido, de crítica tan violenta como las desigualdades sociales y las represiones que describe y que, en palabras de Oswaldo Capriles Arias, pasa “de la denuncia a la acusación” (Capriles Arias, Oswaldo: Reflexiones sobre cine, Fundación Cinemateca Nacional, Caracas 1997, p. 109). Entre quienes asumen tal reto están el pionero Jesús Enrique Guédez, con La ciudad que nos ve (1965), sobre los barrios marginales y Los niños callan (1973)sobre la infancia desamparada; así como Carlos Rebolledo, con Pozo muerto (1967) y Venezuela tres tiempos, fragmentos del antidesarrollo (1973) densos alegatos contra la economía de la dependencia; Jorge Solé, que con TV Venezuela (1969), descubre la alienación mercantilista de los medios; y Ugo Ulive con Basta (1969), cuyo cruel montaje intercala tomas de una autopsia con el deambular de un alienado mental y duras realidades sociales. Franca Donda y Josefina Jordán asumen el punto de vista feminista con María de la Cruz una mujer venezolana (1974) y Alfredo Anzola, con La desesperación toma el poder (1969) reseña un episodio de la insurgencia estudiantil. Son filmes directos, cuya principal fuerza estética reside en la veracidad y la crudeza de medios.

7
A pesar de un mestizaje que abarca más del 80% de la población, en Venezuela casi un 5% de los habitantes son indígenas que conservan sus costumbres originarias y que en sus refugios selváticos sufren todavía la agresión del civilizado. Carlos Azpurua trabaja el documental etnográfico con Yo hablo a Caracas (1978), breve alocución de un cacique indígena filmada justamente en un parque de la capital; Caño Mánamo (1983), firme alegato contra la destrucción de parte del delta del Orinoco por un dique que facilita el paso de grandes cargueros, y sobre todo Amazonas el negocio de este mundo (1986), contra la penetración cultural e imperial de los indígenas por el Instituto Lingüístico de Verano. Otros testimonios dejan de lado el catastrófico choque con la civilización para ahondar vivencialmente en la cotidianidad del aborigen, como los de Manuel de Pedro El extranjero que danza (1977) sobre el intercambio entre el grupo danés Odin Teatret e indígenas yanomami, y sobre todo Iniciación de un chamán (1980) donde la inmersión en las prácticas y la cosmovisión aborigen es total e incontaminada, orientación que siguen El cartero wayuu (2006) de Alejandra Fonseca y Triángulo Pemón (2007) de Juan Pablo González.

8
Después de tres décadas de alternación de dos partidos igualmente represivos, la socialdemocracia recibe una estremecedora respuesta popular el 27 de febrero de 1989, cuando los venezolanos protagonizan el primer motín de escala nacional contra un paquete del Fondo Monetario Internacional. Infinidad de testimonios audiovisuales y juicios críticos son ensamblados por Lilian Blaser en El caracazo (2006) sobrecogedora memoria de una masacre de casi una semana contra un pueblo indefenso.

9
Desde 1998 triunfa consecutivamente en las elecciones el movimiento bolivariano. Los medios privados, casi unánimemente opositores, lo representan con montajes y falsificaciones que culminan en la ejecución de un golpe de Estado mediático y la instauración de una efímera dictadura virtual. El documental desmonta las tramas del terrorismo mediático con La Revolución no será transmitida, (2003), de Donacha O´Brian y Kim Bartley, de la Radio Telefís Éireann, reportaje que recoge dramáticas imágenes del interior del Palacio sitiado y de las masas inermes que acuden a defender a su mandatario electo. Una verdadera obra maestra culmina Ángel Palacios con Puente Llaguno: claves de una masacre (2003); que desmonta analíticamente, segundo tras segundo, imagen tras imagen, el parapeto fraguado por los medios para presentar a los agresores como víctimas y legitimar la dictadura patronal, y enseña a leer entre las fisuras del discurso de los monopolios de la información.

10
Desde entonces hay un salto cualitativo y cuantitativo que se manifiesta en la producción de documentales como Víctimas de la democracia (2004) de Ricardo Relayze, A los Pies de Canaima (2006) de Ana Cristina Henríquez, Maria Lionza, Aliento de Orquídeas (2006) de Jhon Petrizzelli, Tocar y luchar (2006) de Alberto Arvelo, sobre el Sistema nacional de Orquestas Juveniles, y muchísimos más. VIVE TV se dedica fundamentalmente a la difusión de documentales. A través de ellos, Venezuela ha pasado de ser una sociedad acostumbrada a no mirarse o a verse con los ojos de otros, a examinarse con su propia mirada.


Vía / http://luisbrittogarcia.blogspot.com/

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