Hannah: God loves you. You're God's child.
Joseph: God ain't my fucking daddy, my daddy was a cunt. He knew he was a cunt. God still thinks he's God. No-one's told him otherwise. Tyrannosaur, 2011. Reino Unido.
Dice el famoso crítico Roger Ebert que Tyrannosaur no es el tipo de película que tiene la esperanza suficiente como para dar un mensaje; dice además el crítico que no hay mensaje, que lo único que hay es la realidad de sus personajes heridos. Yo coincido: en esta película los mensajeros son el mensaje. Y aquí los mensajeros son seres intensos que sufren intensamente, seres olvidados, parias, almas tan inocentes como culpables, desprotegidas, relegadas. Seres débiles en todo el esplendor de su decadencia.
Joseph (Meter Mullan) es un hombre acorralado por su propio odio y resentimiento. En su dolor, echa mano a la violencia y el alcohol para separarse de todos los seres que puedan sugerirle esperanza (incluído su perro), para distanciarse de ese mundo que le señala y acusa con su dedo mudo. En ese camino hacia la autodestrucción conoce a Hanna (Olivia Colman), una mujer que en realidad es una fachada, un disfraz de sí misma: al igual que Joseph, Hanna transita su propia calamidad existencial, un calvario enmascarado con el camuflaje de la represión, la religión y la censura.
Una película desesperanzadora, cruel, fatalista, pero con espacio para la compasión y la redención, siempre en una línea sucia y dura.
Sin desperdicio a nivel de guión y con un notado acento de cine independiente, Tyrannosaur es el primer largo del actor y director inglés Paddy Considine. Ganadora de los BAFTA 2011 y de varios premios en el Sundance del mismo año, la película descansa en las actuaciones de los dos protagonistas, por demás bastantes convincentes.
Altamente recomendable.
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