Por Adriana Pérez Bonilla
Recuerdo la primera vez que vi The Royal Tenenbaums (2001), no me preguntes la trama, pregúntame por los colores, lo hermoso que lucían los personajes, sus atuendos, sus miradas, la atmósfera donde todos ellos transitaban a un ritmo específico, sin tropezarse; cómo ellos le daban vida a la hermosa nostalgia “Wes Anderson”. Esa particular belleza que logra este artista, a medio camino entre la melancolía y la fatalidad, ese refugio donde todos podemos encontrarnos por un rato y nunca sentirnos extranjeros.
Después vi, varias veces, The Darjeeling Limited (2007). Owen Wilson, Adrien Brody y Jason Schwartzman, buscando a su madre, a su padre, a sí mismos, viajando en tren, haciendo un viaje necesario sostenido por pretextos. ¿Creías que Anderson no iba a aprovechar los colores de la India? Por supuesto, en todo su esplendor. Porque los conflictos personales, las búsquedas y los desencuentros, ocurren en un mundo poli cromático y, mostrarlos, contrastarlos, poner en evidencia los colores, no es traicionar a la realidad o al sufrimiento.
Cuando tuve la oportunidad de ver The Life Aquatic with Steve Zissou (2004) entendí, que además de cine, Wes Anderson hace poesía visual. El día que tengas un problema de audio puedes poner esta película, se puede ver en mute, perfectamente. Podrás ver todos los azules, o a Cate Blanchett con las labios rojísimos contra una pared azul metal. Pero eso sí, sube el volumen cuando Seu Jorge cante las hermosas versiones de los éxitos de David Bowie.
Con Fantastic Mr. Fox (2009), ese laborioso trabajo de artesanía, me di cuenta, que más que una película, esa cinta es un regalo, que el día que tú decidas, le puedes dar play. Pareciera que este chico de Houston, estudiante de filosofía, que trabaja una y otra vez con su roommate de la universidad, los Owen Wilson, se repite en cada película: la búsqueda del padre, el divorcio que separó a su familia cuando tenía ocho años, el desarraigo, la fatalidad, el amor que subyace en la adversidad, la ironía, el humor.
Anderson decidió mostrar su mundo interior tímidamente, con delicadeza y colores, para convertir todo eso en belleza, en poesía visual. El armó un escudo que hace a esa belleza invulnerable a la miseria, por eso su mundo no se parece a ese otro que se reseña a diario como una pesadilla que entra a un cuarto de espejos.
Por eso sus actores fetiches, todos, tienen esas miradas llena de hermosa melancólica (¿alguien tiene una mirada más nostálgica que Bill Murray?). Los necesita para construir esos mundos, para protagonizar esos viajes físicos y espirituales. Y los completa con sus inolvidables bandas sonoras, sus escenarios llenos de detalles nunca innecesarios, sus brillantes o tenues colores y sus diálogos, donde los gestos hacen la mitad del trabajo, donde a veces alguien calla o duda o mira o se voltea y se va, y a veces, habla.
Un amigo que ya vió Moonrise Kingdom (2012) (no he tenido la suerte todavía), siendo admirador de Wes Anderson como yo, me dijo que es su película más hermosa, también dijo que es genial; yo le creo, a él le creo, y no tengo por qué dudarlo. Una vez me dijeron que no hay nada más poderoso que un artista que tiene claro lo que quiere hacer, y esa es la gran fortaleza de Wes Anderson, se nota en cada fotograma. Por esa razón, creo que es muy difícil que nos defraude, el tipo es sincero consigo mismo, tiene un norte, tiene brújula, ahí está su truco de magia, y por eso también, yo agradezco poder compartir este mundo con un maestro como él.
La vida, a veces, debería ser como una película de Wes Anderson.
Wes Anderson // FROM ABOVE from kogonada on Vimeo.
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