
Colaboraciones
La presencia de cineclubes, salas alternativas y cines de barrio en nuestro país, tuvo su primer gran apogeo durante la década de los sesentas.
Empapados del espíritu revolucionario cubano y del acceso a las entonces nuevas tecnologías cinematográficas (super 8 y 16mm), algunos cineastas y cinéfilos se embarcaron en la tarea de hacer documentales y exhibirlos. Existían además cine clubes en varias facultades de la Universidad Central de Venezuela y en zonas populares. Lo mismo ocurría en Mérida; éstos cines tenían una orientación política.
La década de los sesentas y sus cines de barrio fueron gérmen del primer gran boom del cine venezolano una década después. Realizadores como Jesús Enrique Guédez, Ugo Ulive, Franca Donda y Josefina Jordán; producían y exhibían sus películas en zonas populares y articulaban también exhibiciones de cine de autor. Vale decir que hasta crearon un gremio y lucharon por una ley de cine. De alguna manera, estos documentalistas fueron formando un público desde su propia visibilidad que, según una apreciación muy personal, coadyuvó a la formación de los cineastas venezolanos de los setentas y al éxito y la popularidad de sus filmes.
Por su parte, las salas de exhibición y difusión comerciales, tenían un funcionamiento ditinto al actual. En primer lugar, varios de sus edificios o teatros, podían hallarse en diversas zonas de ciudades como Caracas. En el centro, por mencionar un ejemplo, estaban el Baralt, Urdaneta, Ayacucho, Principal, y tantos otros. Las carteleras eran sumamente variadas, además de las películas de hollywood se incluían films europeos, norteamericanos serie B, y hasta porno (Urdaneta). Hoy día, como sabemos, y tras un largo sendero (casi 40 años); el negocio de las salas se monopolizó, se cerraron o vendieron las salas; y la oferta, bastante homogénea (gringa mal), se exhibe casi exclusivamente en los carcelarios espacios de los centros comerciales. El concepto de ciudadanía cambió en Caracas, ir al cine no es hoy trasladarse por la ciudad (a pie) para ver una buena película; sino ir “guillao” a encerrarse en un mall para huir de la ciudad, de su caos, de su violencia y de su “inseguridad”.
Un nuevo aire revolucionario ha puesto sobre el tapete la discusión acerca de la pertinencia de los cines de barrio. Empresas pequeñas de distribución y exhibición comercial como Gran Cine, por su parte, han tomado inciativas como la de los cines itinerantes, para llevar sus películas a zonas populares.
Como no soy una experta en el tema, y para no extenderme demasiado; hablaré desde las experiencias más cercanas.
En el año 2003, emprendí con algunos compañeros de la Universidad, la iniciativa de tener un cine club en la parroquia “La Vega”. La infraestructura y sede la pusieron organizaciones sociales de la parroquia dedicados a otras áreas culturales y educacionales; nosotros sólo éramos encargados de crear y exhibir la programación, así como de armar el cine foro. La experiencia fue muy positiva pero rápidamente culminó debido a diversos factores. En primer lugar, el de la “seguridad”. Muchos de los habitantes de La Vega trabajaban todo el día, llegaban a sus casas tras mucha escalera o jeep que tomar y después de las diez de la noche les era arriesgado salir por el toque implementado por los “azotes”. Es decir, aunque la gente difrutara ver una película y comentarla, sus condiciones de vida le impedían hacerlo de manera regular. Por otra parte, el bombillo del video beam se quemó y entre todo el colectivo no pudimos pagar su costo.
Posteriormente, hubo una iniciativa de crear un cine club en un barrio de Vargas con una cooperativa que estaba haciendo trabajos de infraestructura. La gente acudió entusiasmada y pedían películas para niños. Sin embargo, pronto la cooperativa se quedó sin presupuesto y el cine club, murió.
Más tarde asistí a una función del Cine Club La Vega, que además de tener su sede en “Las Casitas”; también exhibe en otros barrios. En esa oportunidad, Marcelo Andrade exhibió su documental y después de la función fue mucha la gente que se acercó a pedir reivindicaciones sociales prioritarias para ellos como canalización de aguas negras, servicios de recolección de basura, de agua, transporte, vialidad, vivienda, etc.
En fin, el Estado venezolano ha abierto algunas sedes de la Cinemateca nacional en el interior pero su alcance sigue siendo muy limitado. Por otra parte, se ha subsidiado de manera irregular la actividad de los cineclubistas. Se han organizado muestras de festivales de cines alternativos en espacios como Tiuna El Fuerte “El Valle”, en zonas rurales del interior del país; pero esto no se hace de manera sistemática y es insuficiente su difusión.
En resumidas cuentas, creo que es fundamental la existencia de cines de barrio y es evidente que algo se ha intentado al respecto; pero su consecuencia depende de organizaciones comprometidas a mantenerlas; y sobre todo, de la mejora de las condiciones de vida de un público que hoy por hoy, debido a su situación, se ha acostumbrado al mercado del DVD en casa.