viernes, 24 de julio de 2009

Hacer Cine, tolerancia a la frustración. Por Andrea C. López L.

Siguiendo los senderos derroteros del pana Sergio en su artículo Perder, quisiera ahondar un poco en el tema: hacer cine es una necesidad. Una necesidad masoquista, sanadora de almas más no de bolsillos, reconocimientos y realidades. Para hacer “esto” que a uno indefectiblemente le gusta y necesita hacer, hay que desarrollar una profunda tolerancia a la frustración.

En el año 2005 emprendí un documental sobre Zulay, una mujer que habita una plaza caraqueña desde hace diecisiete años y que forma parte y es líder de un grupo de indigentes. Hoy, 2009, sigo en la batalla de terminarlo. Durante tres años los obstáculos han sido de diversos tipos: en primer lugar, los recursos.

Con el sueldo que percibía haciendo documentales institucionales (menos mal no tenía ni tengo hijos) logré comprarme una camarita de 300$ y una PC para editar. Allí emprendí la aventura y nuevos desencantos: la escasez de material de archivo relacionada a las últimas tres décadas en el país. El material relacionado al primer boom petrolero hasta acá es despreciado por lo entes públicos y significa un negocio para los privados. En el caso de los archivos de RCTV, por poner un ejemplo; el material no existe porque no se invierte en una infraestructura de recolección, clasificación y conservación. De modo que los materiales se botan. Algo, sencillamente, deplorable. Cuando ví el México de los setentas, archivo de Televisa, en el docu “Ladrones Viejos” de Everardo González, o la serie argentina “Perón, sinfonía del sentimiento” de Leonardo Favio, me quedé loca. Sin duda, ejemplos de empresas e instituciones conscientes de la preservación de su acervo.

En el caso de Bolívar Films, el presupuesto que me entregaron en el 2007 era de 500.000 bolívares de los de antes por los primeros tres segundos de imagen. O sea...
Ni hablar de las aventuras en la Biblioteca Nacional. Los archivos televisivos en cualquier estado, sin transferir y con las máquinas de Betacam dañadas: Invisibles. De modo que no me quedó sino conformarse con el material en beta o vhs, en cualquier estado y escaso. He de decir que la Hemeroteca, literalmente, salvaba la patria . No sé ahora.

A esta “precariedad” institucional y de recursos se sumaba la del tema del documental: la piedra y la indigencia. Después de haber sido “indirectamente” despedida junto a unos 40 empleados más que formaban parte de la Unidades Móviles de Producción Audiovisual del CONAC (extinto organismo también); logré cobrar una liquidación que invertí en una mejor cámara y desde luego, en la manutención de la y los protagonistas de mi trabajo, así como en los costos de producción. Se abrieron luces durante unos meses, hasta que hubo que lidiar con otras amenazas: las de los señores que controlan la droga, o la de pendejos que estando en ciertos cargos del gobierno me negaron una grúa bomberil, por la estúpida-infantil razón de que no formas parte de su grupo “cocalero”. Ni hablar de la paranoia de los vecinos en edificios aledaños. Hacer una panorámica de ciertos lugares de la ciudad, si no tienes dinero para pagar un helicóptero y su “kit”, es muy difìcil.

A los obstáculos ya mencionados se suma la angustia de los afectos. Pensar en que los protagonistas están expuestos al Hades caraqueño y que, por tanto, pueden cualquier día caer víctimas de las rencillas, del hampa o de los señores que controlan ciertos organismos del Estado; genera la zozobra de que no termine antes de que puedan llegar a verse en un proceso que vivimos y creímos juntos durante largo tiempo.

En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que hacer películas o pretender vivir de ellas es muy difícil sobre todo en Venezuela, un país donde las insituciones no existen y su lugar los suple cada vez más la informalidad o iniciativas colectivas como la página web “Viejas fotos actuales” y sus ramificaciones en Facebook.

No digo que sea imposible hacer películas, nada lo es cuando uno realmente cree; pero la convicción está llena de tropiezos. Satisface, sí; pero el proceso es duro, hay que tener mucha piel, hay que ser muy tolerante y asumir el trabajo de modo casi clandestino.

5 comentarios:

  1. Hey Andrea, que bueno escuchar tu voz.

    Sin duda pretender hacer cine en Venezuela es casi un acto de fe, primero porque es un hecho que en las instituciones cinematográficas venezolanas no hay cabida la para la mayoría de nosotros.

    Luego por lo cuesta arriba que termina por hacerse absolutamente todo en el camino de la realización, cuando te propones a hacer algo con tu exiguo presupuesto.

    Yo recuerdo que cuando comencé a hacer Nirvana -mi primer corto- que era en 16 mm, era un problema ahorrar para comprar las latas de 16, pues todas las semanas el dólar subía de precio y las latas también, y sucedía lo mismo cuando finalmente lograba filmar y llevaba las latas al laboratorio, era una carrera permanente contra la devaluación del bolívar pagar el revelado, la copia de trabajo, la corrección de color, la copia final, todo alejándose sistemática e irremediablemente de mis posibilidades económicas del momento.

    A pesar de que hoy en día las tecnologías digitales están mas desarrolladas que en ese entonces, es un hecho que el camino de la realización siempre termina confrontándote con una realidad social, económica y hasta moral circundante particularmente complicada, que van desde la dificultad de conseguir un permiso en una alcaldía para filmar en un espacio publico, a sobrevivir con los equipos de la delincuencia caraqueña en el espacio publico en cuestión, y sin dejar por alto lo difícil que es conseguir un equipo de gente verdaderamente comprometida –tanto técnicos, como actores- con el trabajo que tiene que hacerse para lograr la culminación feliz del proyecto.

    Y todo para que luego, cuando finalmente todo este listo, lleves tu corto, documental, etc. al departamento de festivales del CNAC, con la ilusión de que te ayuden a que tu proyecto asista a algún festival nacional o internacional y te encuentres con la realidad de que tu proyecto es flagrantemente ignorado por el personal de la institución, pues al parecer si el proyecto no esta financiado por el CNAC no es considerado como parte del cine venezolano.

    De verdad todo un panorama.

    Pero bueno, en todo caso, el lado positivo de todo esto es que aquí estamos, que a pesar de la adversidad, siempre estamos en pie de lucha, empeñados en llevar adelante nuestros proyectos y nuestras películas.

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  2. Gracias por comentar, Sergio. Me imagino tu lucha con tu corto que sí fue hecho en cine de verdad, verdad. Yo ya creo que no llegaré a eso, si acaso puro video digital.

    Un abrazo inmenso, A.

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  3. Ese relato de cómo se está perdiendo la memoria audiovisual de Venezuela es de terror. Otra cosa grave es la de la privatización de la información pública. El acceso a la información está en pelígro en plena era de la información: paradojas del ser venezolano ¿no?

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  4. Sí, mi querido Armando, pero desde hace días quería comentar que Bolívar Films me ha cedido treinta segundos de imágenes de la Caracas de los ochenta, sin cobrarme un céntimo. Esto, era algo imposible para mí hace dos años, cuando estuve allá por la misma razón. No sé, pero tengo la impresión de que desde que me fuí, ahora se me abren más puertas en el país. Como que la gente agradece que uno esté afuera o algo así...je, je, je... también puede ser que, ante las amenazas de expropiación, la empresa ceda un poco. O quizás, hace dos años hablé con la persona equivocada???

    No lo sé, misterio de los misterios. En todo caso, quería aclarar que ya he conseguido el material.

    Saludos!

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  5. Respecto a lo que mencionas de la "privatización de la información pública". No creo que responda a una paradoja, sino a lo que ha venido sucediendo en el país: la conversión a un estado autocrático. Esconder la información y no permitir que otros tengan acceso a ella; es propio de regímenes poco o nada democráticos. Algo similar pasa con Cuba.

    Un abrazo!

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