jueves, 2 de agosto de 2012

Piedra, Papel o Tijera... ó La demencia del león.

La premisa.
Para infinidad de culturas el león es un símbolo de verdad, fuerza, valor, coraje y poder. Para nosotros, venezolanos, representa una ciudad.
Es la imagen de la dicotómica Santiago de León de Caracas.
Símbolo de invasión y de paz obligada para los indígenas Caracas. Representación de debilidad oculta en la paradoja de la colonia española, que hoy, 400 años después, sigue siendo la imagen representativa de una fiera considerada: “El rey de la selva”.

La sombra de la conquista se reconstruye con fuerza en cada esquina de nuestra capital y la verdad, la fuerza, el valor y el coraje, como cánones positivos para el reflejo de una polis, se ven ennegrecidas bajo el mandato imperioso del poder político y de quienes asumen su vida bajo la consigna creada por los romanos.

El León ha enloquecido, ha caído presa de su propia condición de depredador, niega al Uróboros, pues no da cabida a más nada y, su fuerza letal, destructiva e insana, no permite que el proceso de la cadena alimenticia siga el camino natural restringido por el factor biológico de su figura autocrática.
La condición de eterno cambio conlleva siempre al ciclo de Sísifo, donde la roca rueda de vuelta al origen a pesar del esfuerzo por llevarla a la cima de la colina. De esta manera el cambio de la creación a la destrucción sufre una brecha, donde la imperiosidad de metamorfosis se ve relegada para dar paso al estancamiento del horror.

Nietzsche nos dice: “La vivencias horrorosas nos hacen pensar si quien las tiene no es, él, algo horroroso”. Con base a esta premisa, se construye el argumento de “Piedra, Papel o Tijera”, ello desde la perspectiva del azar a la que se ven obligados los personajes (y en el peor de los casos, nosotros mismos como ciudadanos) frente a una ciudad desbocada en el horror de la violencia, donde la suerte, como eje denominador de nuestras propias decisiones pueden convertirse en un juego de casualidades derivadas y no exentas de la causalidad.
El mecanismo de la acción y reacción como eje fundamental del patrón pueden conllevar a algo tan “nueva era” como el accionar del rol divino frente a nuestras propias decisiones; en la película, éste elemento  es representado en el personaje al que da vida el joven actor Leandro Arvelo, único “creyente” espiritual de la historia, sentenciado como el resto de los personajes a una trágica muerte.
Una vez más, el azar, la visión pesimista del autor y una serie de eventos derivados de las decisiones que asume cada personaje, completan el cuadro macabro, que permite omniscientemente el factor: Poder. Derivado de la ausencia del orden, producto de la fantasmal presencia de un León que nunca vemos, pero que se ve reflejado constantemente en la ciudad como gran protagonista y elemento catalizador del desarrollo de la historia.


Los actores.
“Piedra, Papel o Tijera” (2012) es el segundo largometraje de su realizador, Hernán Jabes. El director y guionista, deconstruye la imagen de la victimización del ciudadano caraqueño, representada en su reparto coral a la cabeza de los actores. La colombiana Gloria Montoya, Leónidas Urbina; que repite con el director luego de su participación en “Macuro”, Leandro Arvelo, Scarlett Jaimes. 
Y la siempre maravillosa, pero encasillada, Haydee Faverola, en el rol más importante del argumento, pues es la que desencadena, en valor argumental, esta serie de eventos desafortunados, sin querer, queriendo. Nada más metafórico que la locura y la senilidad como broche fundamental para el desarrollo de una tragedia Made in Caracas. 

Los acompañan en el reparto los más que correctos Alberto Alifa, Julio César Castro, Gustavo Ferrín y la gran sorpresa entre los secundarios, el joven actor: Derwin Ernesto Campos. La gran mayoría de ellos con harta experiencia sobre las tablas venezolanas. 

Ha de sorprender las emociones contenidas y como forman parte del juego cinematográfico que realiza la maravillosa labor de montaje y musicalización dentro del acabado final. De lo que se adolecía en Macuro, aquí es resuelto de manera magistral. Por otro lado, si antes teníamos a un Leonidas Urbina en el personaje de “Aeroplano”, sudando teatro por los poros, aunque simpatizando de buena forma con el espectador, aquí Urbina logra un personaje donde la fiereza contenida, la mirada, y la fuerza del registro interpretativo lo llevan por caminos maravillosos, con los cuales el espectador puede estar agradecido. Y así, con todo el reparto.

La cámara.
Jabes conoce a detalle su historia, y es por ello que cada plano, estático o en mano, acompaña a la narración sacándole el máximo provecho a una puesta en escena por momentos impecable. Olvídate de la noche azul, de granos obsoletos en la oscuridad, de paralelismos televisivos, de fotografía postalera, de diálogos impostados, actuaciones acartonadas; cada escena está llena de emoción y deriva hacia un por qué, un inicio y un final, que plantea preguntas para los personajes, dudas, salidas, y quiebres. Nada resulta artificioso.

La cámara funciona como eje argumental de la emoción de las escenas. Una cámara inquieta en las escenas de la pareja joven. Una cámara que denota pasión, vouyerismo y energía. Y una cámara contemplativa en las escenas de la familia, describiéndonos, rutina, agonía y aburrimiento. Por momentos el juego suele cambiar y este cambio se produce en la medida que los acontecimientos se van haciendo más violentos. En Macuro no ocurría de igual manera, pero se acercaba con creces a lo planteado, quizás la única salvación, de un guión que le quedó pequeño al realizador. 

Por momentos la cámara nos hace testigos de una acción que es simplemente aclarada con la imagen y el recurso gestaltico complementa la información. 
Jabes se permite explicar una misma situación de tres maneras distintas, sin resultar redundante y haciendo gala de la forma. La ocuralización cambia radicalmente para crear sensaciones en el espectador. La escena donde el personaje encarnado por Urbina descubre la infidelidad de su mujer, así lo demuestra.

El guión.
Sustentada en un guión de tres actos. Sobresalen, entre otras cosas, la presentación de personajes, donde se nos presentan los misterios de una historia que para ninguno de los protagonistas piensa terminar bien.

El paralelismo secuencial, motorizado a través de la pieza compuesta por Famasloop permite previsualizar los acontecimientos futuros. 

Los personajes se dirigen a su destino sin sospechar lo que vendrá. Al final la llegada termina siendo problemática para el trío: uno entiende desde un principio el final trágico de cada uno. Comprender que esa situación de dirigirse hacia una meta sin lograrlo, o con una sanción de por medio ya marca un punto de quiebre para el imaginario de los personajes, y permite la empatía inmediata con el espectador atento. De esta manera el azar y la decisión cumplen a cabalidad lo prometido. 

Una joven que sueña con criar una criatura para hacer familia, para llenar vacíos, para amar de verdad. Que estudia la “Ley de igualdad de oportunidades para la mujer”, para luego descubrir que es víctima de su empleador (Por lo general este personaje es víctima de su entorno y de la decisión de los demás, es completamente pasivo), esa inocencia arrastrada por el miedo, es lo que le permite seguir viviendo al final, pues no toma decisiones. Quizás el personaje más emblemático dentro de esta Caracas invernal, representación de miles de adolescentes, de mujeres que deben crecer a merced de su contexto.

Un padre que debe ceder ante las necesidades de su hijo, definiendo la relación del azar como un capricho falocéntrico, a merced del deseo de los demás y no de las necesidades. 

Un joven que ve destruido su futuro ante el azaroso mundo senil de su madre. Con sueños de escapatoria, único creyente místico de la historia. Encomendado a santos africanos, a totems de fortunas, esperanzas y bienestar.

Una mujer incapaz de sincerarse emocionalmente y que infiel sigue jugando a la fachada del sueño americano.

Todo plantea una pregunta.

Las preguntas.
Las preguntas que se hace el realizador, van directo al inconsciente del espectador. Jabes peca de moralista en su premisa pesimista, en un momento lleva al extremismo su desenlace, pero lo hace con mirada angustiosa y liberadora. Firmar el final de su película con palabras didácticas es quizás una muestra del deseo de generar un cambio. Pero, ¿cómo hacerlo si el León se los come a todos?

¿Es este un país donde es mejor tener dinero, que educación? ¿Y es el dinero el verdadero motor de la satisfacción personal? ¿Todo lo que hacemos es motivado por dinero? 20% de las ganancias de un policía en la liberación de un secuestro no es suficiente, pues el Whiskey sale caro. ¿Es la avaricia y la ambición el pan nuestro de todos los días? ¿En este juego llamado Caracas no hay reglas que valgan, ni nadie capaz de llevar a buen puerto su destino y el de sus habitantes? 

Caracas es tráfico, anarquía y caldo de cultivo de seres perdidos, de sueños rotos, de ambición desbocada, de odio. Su carencia de inocencia y su extraña facultad de ser un testigo pasivo, la convierten en una metrópolis destinada a ahogarse en su propia miseria. 

A pesar de esto no todo es oscuro en el mundo de Jabes, no todo es frío, en esta ciudad calurosa, fotografiada con frialdad. Jabes deja el futuro del país en la inocencia de la juventud. Discurso desfasado, pero llevado con mano dura, lo que no da paso a la cursilería. Es aquí donde Jabes realiza su mejor desempeño como director, sin doblegarse y sin querer de todas, todas, agradar. Jabes quiere decir su verdad. Y lo logra. 


Daniel Dannery.


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