martes, 5 de julio de 2011

You Always Hurt the Ones You Love (Siempre se hiere a quien se ama). PRIMERA PARTE.


La vida no es bella, Benigni. Para nada.

La mayoría de las veces, vivir, nos duele.

Pensar que el mundo es color de rosa, a estas alturas, es puro sentimentalismo. Del cursi.

Vivir es sufrir mientras se trata de gozar, y siempre lo gozado se siente menos de lo que teníamos previsto. Vivir es vivir. Punto. Y las ganas y las expectativas no tienen nada que ver con el resultado.

Por su parte, el amor es lo que hagamos del amor o lo que nos hagan de él. Pero ya sea en la presentación, el nudo o el desenlace, siempre herimos -en mayor o menor medida-, a quienes amamos. O nos hieren. O nos mantenemos al margen. Y duele, en cualquier caso, también.

“Triste San Valentín éste que es el amor”, parece ser el mensaje de Derek Cianfrance en su última película Blue Valentine (2010). Y los que conectamos con su obra, asentimos.

La línea argumental es sencilla. Pareja clase media baja. Uno de ellos no ama. Y el otro lo único que hace es justamente eso: amar. Después de haber visto esta cinta, todo lo resumo en una de las frases finales de uno de los protagonistas: “(…) dime cómo debería ser. Sólo dime. Lo haré (…)” (Tell me how I should be. Just tell me. I'll do it). Pantalla a negro.

Blue Valentine es una historia de desamor maravillosa. No es una fabulación romántica. No habla del amor. No hay érase una vez ni viviremos felices por siempre. Blue Valentine nos habla de seres y afectos rotos, de la rutina, de lo agónica que puede ser una relación, del sexto triste, del asco, la desilusión, de lo duro que es vivir en pareja cuando uno de los dos no ama. Es poderosa, cruda y contundente como un yunque en altamar. Casi cualquier persona puede inmiscuir alguna parte de su propia historia personal: en mayor o menor medida todos hemos vivido el argumento, o lo viviremos alguna vez en el futuro. Y ese carácter universal nos hace a todos cómplices y partícipes de la historia, querámoslo o no.

Otros de los elementos interesantes del guión, es la victimización y el sacrificio de la figura masculina. Al parecer, la psique colectiva ha decidido abrirse a la idea ya planteada revolucionariamente en su momento por la pionera Kramer Vs. Kramer, de que no es sólo la mujer, la madre, la única que no es amada, la única que se sacrifica, la única que sufre. El hombre, el esposo, ya no es monstruo a priori, se ha decidido que puede eximírsele también, dársele un corazón y que, en consecuencia, es posible destrozárselo en pedazos. Por otro lado, la mujer puede ser egoísta y autosuficiente, puede querer y no amar. Es
también un ser humano multidimensional y no un cliché.

Ryan Gosling y Michelle Williams son los encargados de protagonizar esta historia, este colapso que fluctúa entre el pasado y el presente de la pareja, en un margen de seis años de diferencia. La edición funciona muy bien en ese ir y venir que siempre cambia, (como lo es vivir) y en líneas generales ambos parecen cumplir con el trabajo actoral, aunque a ella se le siente forzada a veces, sobre todo en lo que parecen ser improvisaciones. El resto del casting pasa sin pena ni gloria. Son prescindibles. 


La cúspide dramática de la película se da cuando la pareja decide irse a un motel a pasar la noche. El cuarto disponible es el Future Room (Cuarto del futuro), lo cual no deja de ser curioso. El rechazo físico en esta escena es insoportable. Para la pareja de ese cuarto no hay futuro.

Hay un elemento que cobra vida e importancia casi a la categoría de personaje: la música. La elección de la banda sonora (Grizzly Bear) parece deliberada y se nota que el director ha sabido como darle el significado necesario para que vaya entrelazada con cada escena. En algún lugar leí que la película estaba basada en la canción Blue Valentines de Tom Waits. Y bien pudiera estarla. Sin embargo, no conseguí referencia alguna que confirmara lo anterior.

Lo demás es verla. Sufrirla. Porque Blue Valentine te parte el corazón, porque Blue Valentine es una historia de amor donde nunca hubo amor, al menos no correspondido. Y mientras la barca se hunde y la esperanza del espectador con ella, se reafirma el hecho de que al amado se le ama sin pensar en el amor. Después de todo, puede que no exista. Y si existe puede ser asesinado. La pregunta en este caso sería, por quién. (Cuaderno negro del tuiter #1, 2011).

La película está a la altura de In the Mood for Love y Once (de las que hablaremos en próximas entregas), siempre en su doloroso universo particular. El drama elevado al nivel de lo cotidiano, de la cortina al viento. Técnicamente luce bien, aunque necesitaría verla de nuevo para poder comentar con acierto, toda vez que la historia me capturó en tal medida, que no pude fijarme.

Elemental mi querido Coelho (Cuaderno negro del tuiter #1, 2011); siempre podemos evadir, negar, llenar los vasos medio vacíos. Ponernos el cristal de la vida toda maravillosa. Embarcarnos En la búsqueda de la felicidad o pensar que todo se puede si de verdad se quiere, como nos enseñan los personajes de Company Men. En ese caso es mejor prescindir de la cinta de Cianfrance. Despues de todo, desde que Nietzsche nos mató a Dios, andamos por nuestra cuenta y la elección es de nosotros.

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